Esperaba una llamada importante. Sonó el teléfono y era la llamada indicada. ¡Lo único malo es que no la esperaba en ese momento! Al contestar, la persona me preguntó que si podía atenderlo. A pesar de que estaba en medio de un proyecto y debía de salir dentro de poco tiempo, yo le dije, “Sí por supuesto, pero por favor espere un momento.”
Corrí hasta abajo por las escaleras donde tenía lápiz, papel y unos apuntes que había preparado. Cuando regresé, probablemente me demoré unos 38 segundos. Sin embargo, la persona en el teléfono ya estaba un poco molesta, porque cuando uno está esperando en el teléfono, parece una eternidad.
Después de disculparme por el atraso, vino la primera pregunta como un cohete, “Además de lo que ya me mandaste, ¿qué más me puedes decir del programa y específicamente cómo puede ayudar a nuestro grupo?” Escuchando la pregunta, trataba de recuperar mi respiración, y ver lo que había escrito. Comencé a hablar pero no podía respirar. Dije algo pero estoy seguro que no tenía sentido.
Como una ametralladora disparando a su enemigo sin compasión, vino la segunda pregunta, “¿Cuáles han sido las acciones específicas que has generado con otros grupos que han tomado el curso?” Se me puso la mente en blanco. A pesar del hecho que había dado el curso en muchas ocasiones y habíamos generado decenas de ideas, lo único que podía pensar era en la falta de respiración. Increíblemente, todavía no podía respirar.
Intenté recuperarme y sentí que palabras salían de mi boca, pero no sabía qué estaba diciendo. Estaba entre la espada y la pared.
Una última pregunta me pegó en el pecho, “¿Cómo me vas a asegurar que los participantes tomen acción después del evento, estando tú a miles de kilómetros de ellos?” Mientras daba mi respuesta, sentí que me estaba cayendo en un pozo. Vi que todo el trabajo que había hecho en el proyecto se estaba perdiendo.
Al terminar la conversación, me di cuenta de que tenía pocas probabilidades de lograr mi objetivo en esta llamada. Me dijo que tenía hablar con otra persona y que entre ellos iban a “pensar” en mi propuesta. Cuando colgué el teléfono, todas las respuestas me vinieron a la mente en un instante. Escribí un correo electrónico de seguimiento pero ya el daño estaba hecho.
Según lo que me había pedido, los llamé de vuelta la semana siguiente. En vez de contestar mi llamada, recibí un e-mail que decía de forma muy amable, “Hablé con la gente de recursos humanos en Nueva York. Ellos quieren analizar tu propuesta conjuntamente con otras alternativas, así que hablaremos en un par de semanas.” La respuesta me llegó como un balde de agua fría.
¿Qué sucedió y cómo pudiera evitar lo acontecido?
1) Estar, “Siempre Listo” ha funcionado por muchos años con los Boy Scouts y nos puede ayudar a nosotros también. Cuando dejamos un mensaje y se supone que la persona nos va a devolver la llamada, debemos estar listos para recibir la llamada en cualquier momento. Podemos tener una “presentación” concreta y concisa en la mente que nos permita contestar la llamada de la manera más profesional.
2) Aceptar la llamada solamente si estamos preparados y tenemos todo los recursos necesarios para responderla. Si no estamos listos para dar lo mejor de nosotros, debemos explicar el porqué no podemos hablar en ese momento y ofrecerle devolver la llamada en cuanto podamos dar un 100% de nuestra atención.
Obviamente, la primera opción es lo más deseable, porque no siempre es posible dar una óptima respuesta cuando estamos bajando y subiendo escaleras o manejando por la autopista hablando por un celular.
La clave es estar siempre listo. Nunca sabemos cuando vamos a recibir una llamada que puede ser la diferencia entre lograr nuestros objetivos y recibir la respuesta letal, “Quiero pensarlo…” Estar siempre listo toma tiempo y energía pero es sumamente importante en el mundo en que vivimos, donde nunca hay una segunda oportunidad de hacer una excelente primera impresión.
∞ Rob McBride ∞
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