Lo que somos y tenemos es el resultado de lo que hemos resuelto hacer o simplemente de lo que no hemos hecho con todo eso que nos fue dado. Aunque esto parece una verdad muy sencilla y hasta clara, no siempre es tan fácil darnos cuenta que para cada causa hay un efecto. Algunas veces estos resultados serán positivos, otras no tanto.
La Tercera Ley de Isaac Newton nos dice:
“Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria”.
Aunque esto es comprobable a nivel de objetos como es planteado por la física, no resulta tan exacto en el caso de las relaciones humanas y en las emociones que vienen implícitas en estas. Mientras que parece obvio que hay un efecto como resultado de cada cosa que hacemos, no necesariamente siempre es igual y opuesto. Más bien, a veces el efecto puede ser más intensa o suave; y la dirección, igual u opuesto.
Veamos uno ejemplo. Tenemos dos empleados trabajando en la misma compañía, ambos con el mismo cargo a desempeñar y con el mismo sueldo. Uno de ellos llega siempre antes de la hora estipulada, hace su mejor esfuerzo para cumplir con cada requisito de su trabajo y lleva a cabo sus actividades con agrado, quedándose tarde cuando sea necesario. El otro, por el contrario, si llega a tiempo es un milagro, su mejor esfuerzo lo invierte en evitar cualquier tipo de asignación que le puedan hacer y se va de prisa al terminar la jornada.
Aunque con algunas excepciones, es muy probable que el primero escale posiciones dentro de la empresa y tenga un buen desempeño a donde vaya. Si el segundo se quede por mucho tiempo en el mismo trabajo es un milagro y lo que es más lógico, termine perdiendo su puesto. Claro está, en que hay momentos cuando el que trabaja con diligencia no logra su objetivo, y otros obtienen lo que no se merecen (como los que actúan con mala intención, por ejemplo), pero esos casos son la excepción y no la regla.
Mientras que no somos responsables por el lugar donde nacimos, o bajo cuales circunstancias vinimos a este mundo, somos responsables de lo que ocurre después. Somos propensos a proclamar nuestras victorias, sin embargo cuando se trata de desaciertos y errores, somos aún más propensos en buscar culpables y nos encanta señalar de eso a nuestros padres, colegas, o cualquier otro chivo expiatorio sobre quien descargar el peso de nuestra situación actual. Lo cierto es, que ese alguien responsable o culpable, no es otro que ese que vemos en el espejo al levantarnos cada mañana.
La ecuación de la causa y el efecto es simple, y va más o menos así:
- Aquellos que se esfuerzan por estudiar, son los los que están preparados y los que no, simplemente se quedan en la ignorancia
- Aquellos que son entusiastas, son los que encuentran piedras preciosa en cualquier lugar que pisen; otros más bien solo identifican obstáculos
- Aquellos que se levantan con el sol y trabajan hasta que baja, ganan con su esfuerzo el pan diario; los que se quedan en la cama, esperan recibir todo sin hacer nada
- Aquellos que siembran buenas semillas día tras día, cosechan abundancia; otros que siembran semillas malas, se pudren y apestan
- Aquellos que buscan las oportunidades de la vida, las encuentran aún en lugares y formas insospechadas; los que van con los ojos cerrados no las encuentran jamás
Recibimos de la vida lo que le damos. Vivir con amor, compasión, confianza y solidaridad tendrá como resultado efectos favorables y deseables. Mientras que vivir con odio, rabia, celos y egoísmo, es un camino seguro a un efecto fatal. Tan cierto como que el día sigue a la noche, cosecharemos mañana las semillas que sembramos hoy, porque cada causa tiene un efecto.
∞ Rob McBride ∞
LL IV 17