Recientemente leí algo que me pareció intrigante sobre la diferencia entre tomar una decisión con el cerebro o con la mente. Aunque tal vez no sea 100% cierto desde el punto de vista biológico, es interesante analizar el ejemplo para mejorar nuestra capacidad de toma de decisiones.
Todos nacemos con un cerebro capaz de realizar un sinfín de tareas y desde que somos pequeños, se encarga de ayudarnos a sobrevivir. Por ejemplo, el cerebro nos indica que debemos comer cuando tenemos hambre, y cuando hay peligro debemos pelear o en su defecto huir. De esta manera nos acompaña en toda nuestra vida constantemente analizando cualquier situación y dándonos “sugerencias” que podemos seguir o no. No siempre comemos cuando tenemos hambre, ni tampoco huimos o peleamos ante todos los peligros, pero al menos el cerebro nos da estas opciones continuamente.
La mente, según dice lo que leía, trabaja de una manera distinta. Ella es influida por lo que hemos aprendido de nuestro mundo y sus “sugerencias” vienen como resultado de los que están a nuestro alrededor; por ejemplo nuestros padres, familiares, vecinos y profesores. Del mismo modo, cada uno de ellos y la información que nos comparten también han sido influenciados por su entorno. Aunque podemos reconocer que dicha información ha sido compartida para nuestro beneficio, no siempre es la más adecuada para tomar una buena decisión.
Por ejemplo, es posible que de nuestros padres oigamos lo siguiente: “¡No dejes que nadie te intimide!” El mensaje es claro, si encuentras un “bully” en la escuela o la calle, no huyas, sino quédate luchando por tus derechos. Sin embargo, la realidad puede ser otra y habrá momentos cuando es más recomendable huir que quedarnos y luchar, en particular si la persona que nos está intimidando es mucho más grande que nosotros y además tiene algo con lo cual puede hacernos daño. Mientras que la mente considera lo que nos dicen nuestros padres de no huir, la sugerencia del cerebro es rápida, contundente y sin titubeo. Nos dice, “¡Corre lo más rápido posible!” Si dudamos en un instante como este, puede que cuando tomemos la decisión de huir, ya sea peligrosamente muy tarde.
Si bien hay algunos casos cuando la mente nos puede ayudar a tomar una mejor decisión, en otras oportunidades en vez de ayudar, estorba. Veamos otro ejemplo. Puede ocurrir que estemos en una relación tóxica e inclusive violenta. El cerebro nos dice, “¡Huye lo más rápido posible, sal de ahí!” Mientras tanto la mente nos indica que “no todos somos perfectos” y que debemos “perdonar a aquellos que nos han perjudicado”, además en muchos casos amamos a esa persona que nos hace daño. En vez de tomar la decisión de salir en busca de otra relación más sana, nos quedamos en una relación tóxica.
Mientras que casi siempre hay excepciones a toda regla, una vida carente de emoción que nos da la mente sería desabrida como comida sin sal. Es importante prestar atención a lo que nos dice nuestro cerebro, quien por definición analiza cada situación en frío. Es también importante escuchar a la mente que lo hace desde la perspectiva de la experiencia y la emoción.
Llegado el momento de tomar una decisión importante, podemos filtrar todas las opciones a través de ambos. Primero podemos analizarla con la mente, dejando que los prejuicios y la información recibida de otros sea considerada. De la misma manera, para tomar una buena decisión es necesario también analizar la decisión desde una posición más fría, tal como si fuéramos el CPU de un ordenador. Demos peso tanto nuestra experiencia y la parte emocional como también la analítica, sopesando cada elemento. Así podemos tener una decisión equilibrada, lo que elevará la posibilidad de lograr un óptimo resultado.
∞ Rob McBride ∞
LL IV 28