Nuestros días y noches suelen ser en gran parte predecibles. A diario tomamos casi los mismos pasos y realizamos tareas muy parecidas. Sin embargo, en medio de nuestras preciosas rutinas, una de las quejas más constantes que dejamos escuchar es:
—¡No tengo tiempo para nada!
Lo curioso del asunto es que el tiempo es siempre igual. Cada día tiene los mismos segundos, minutos y horas.
¿Acaso cambian de alguna manera de un día para otro?
Podríamos decir más bien que el problema radica en que no “Tomamos” el tiempo para disfrutar de cada instante como quisiéramos, sino que corremos haciendo lo “urgente” pero que no necesariamente nos da placer.
Luego, llegamos al final del día, y nos preguntamos:
¿A dónde se fue el tiempo?
Y pensando en eso…
¿Qué haces con el tuyo?
Como respuesta a esa pregunta te sugiero que, comiences a detallar cada una de tus actividades. Despierta la consciencia en cada uno de tus sentidos. Presta atención a la capacidad que tienes para usar cada uno. Toca la superficie de una piedra interesante, aspira el aroma de una flor, observa la majestuosidad del cielo, escucha el canto de un pájaro, disfruta del sabor de un rico mango.
Como todos, tengo mis propias rutinas. Entre mis favoritas está mi “Rutina Matutina” que incluye recitar en voz alta 31 Semillas del Éxito, mientras tomo mi café por la mañana y veo el amanecer. Precisamente haciendo esto, hace unos días, un día como cualquier otro, se convirtió en uno para ser recordado en el tiempo:
Al salir, bien tempranito un poco antes del alba, vi como una de mis estrellas favoritas, Sirio, titilaba como dándome la bienvenida al día. Subí la vista y vi la Correa de Orión en su lugar acostumbrado, apuntando hacia Sirio. Después de unos estiramientos y ejercicios para “Saludar al Sol”, preparé un rico café, para comenzar la mañana y su olor impregnó el aire, con la promesa de su sabor.
Eran justamente las 6:00 am, cuando comencé a recitar las semillas y apreciaba como la noche cedía a la luz del día. Las nubes, que antes eran imperceptibles, comenzaron a definirse en contraste con el azul del cielo. De repente, y sin ningún tipo aviso, hubo una explosión de color en el cielo. Comenzó en los bordes de las nubes y pronto invadió el firmamento completo. Durante los siguientes minutos presencié un espectáculo de diferentes tonos: blanco, negro, rojo, morado, rosado y azul que cubría completamente el cielo. Mientras tanto, los pájaros cantaban, dando un fondo musical espectacular.
En aquél momento no podía imaginar a otra persona, viva o muerta, que haya disfrutado más de un amanecer, que yo aquél día. Para mi gran sorpresa, la “ñapita” del día vino un poco después con con una visita de mis amigas las guacamayas y seguidamente pude recoger un divino calabacín que coseché en el jardín.
—Muy bonito, Rob ¿Pero qué tiene que ver esto con mi vida? ¿Será que quieres que me levante para ver el amanecer todos los días alimentando guacamayas y cuidando un jardín?
No, esa no es mi intención. No hagas lo mismo que yo, sino piensa diariamente en lo que haces y en cómo puedes despertar la consciencia hacia tu alrededor. Determina a dónde va tú tiempo y cuánto de él inviertes en tus actividades.
Al final, lo que importa no son los pasos que tomamos, sino cuánto los disfrutamos.
¿Dónde puedes tomar un instante para apreciar una bella flor?
¿Cómo puedes planificar tu día para ver el atardecer?
¿Qué te podría motivar a levantarte para el amanecer?
Los minutos son las palabras que forman las frases, párrafos y capítulos de nuestro libro de vida. Por tanto, despertemos los sentidos en cada paso para que nuestro registro sea de una historia digna de ser recordada.
∞ Rob McBride ∞
LL IV 13