¿Cuánta explicación y continuas justificaciones damos a los demás?
Quizás sea algo social, y además es importante que tomemos responsabilidad por cada una de nuestras acciones, pero ¿frente a quién y cuándo debemos justificarnos?
Si nos encontramos explicando cada una de nuestras decisiones y justificando de manera repetitiva nuestras acciones a las demás personas, es muy probable que nosotros mismos no estemos muy convencidos de lo que estamos haciendo.
¿Has hecho tu mejor esfuerzo hasta ahora?
Si la respuesta es afirmativa, ¡felicitaciones! Esto quiere decir que todo lo que había en tu mano por hacer lo has implementado hasta ahora. En caso contrario, no te auto-flageles, la gran noticia es que hoy es un nuevo día, y un buen momento para comenzar a hacerlo.
La verdad es que todos vamos a equivocarnos en algún momento. Hasta ahora no ha nacido nadie que esté libre de errores en todos los sentidos; aunque si lo pensamos mejor, puede que todos seamos “perfectos”, así mismo, como somos. Tomando esto en cuenta, podemos ir analizando nuestras acciones, disfrutando tanto nuestros éxitos como nuestras derrotas; ya que uno trae satisfacción y la otra aprendizaje.
En vez de explicar y justificar recurrentemente nuestras acciones a los demás, podemos extraer el aprendizaje de todo lo que ocurre en el camino, amándonos y aceptándonos a nosotros mismos tal cual somos, aún con todos nuestros defectos, los cuales pueden ser corregidos si lo deseamos; no para agradar a alguien más, sino para nuestro propio bien.
El tiempo es testigo de que las mejores relaciones personales son las que se desarrollan en medio de un amor tan grande, que cada uno acepta al otro como es. Eso les ayuda además, a que sean perdurables a pesar de las presiones que seguramente las pondrán a prueba.
¿Qué tal si aceptemos a los demás con sus defectos, particularidades y manías?
¿No sería maravilloso si los demás nos aceptaran de la misma manera también?
Nos hemos convertido en una sociedad donde para ser aceptados, sentimos que tenemos que comportarnos de cierta manera, bajo un código preestablecido. Las normas son inculcadas en nosotros desde pequeños. Nos dicen, “Párate derecho, saluda a la gente, y pórtate bien.”
La realidad es que no todo el mundo se para derecho, hay momentos cuando no queremos saludar a la gente y portarse mal también puede tener su encanto en ciertas ocasiones. Seamos fieles a nosotros mismos, de acuerdo los principios que pensamos sean ciertos, abiertos a la idea que no tengamos todas las respuestas y que también estaremos equivocados en algunos momentos, y eso es permitido.
No siempre será posible complacer a los demás, pero estar en armonía con nosotros mismos es el paso más importante para que estemos en equilibrio con el mundo. Al estar convencidos que estamos haciendo lo correcto, evitamos el desgaste de justificarnos ante otros para obtener su aprobación. Con el tiempo esto se transforma en paz interior, creando armonía en las relaciones con los demás, permitiendo que fluyamos con la vida.
∞ Rob McBride ∞
LL IV 45